No quise contestar al teléfono. Las insistentes llamadas no eran más que los cobros de las facturas que fui firmando ayer en la discoteca.
Y es que… no hice caso a mi compañero de piso.
– Tío, que mañana entregas el trabajo y no tienes ni la mitad hecho.
Los jueves hay dos por uno hasta las dos, voy solo un rato y me vuelvo; así me engañaba yo mientras salía de casa.
Y pasó lo que tenía que pasar. Ya había oído yo hablar de esa copa, pero pensaba que era otra leyenda urbana, como la de que la marihuana mata neuronas.
Y es que… tampoco hice caso de las “leyendas urbanas”.

Mis colegas ya estaban dentro cuando llegué.
Los altavoces vomitaban música comercial a todo volumen, aquello era imposible de bailar como no fuera balanceando el cuerpo, que era justo lo que estaban haciendo mis compañeros con unas chicas que acababan de conocer.
– ¡Tío! – gritó alguien en mi oído mientras esperaba en la barra a la camarera. -Tendrías que haber venido a casa de Toni, nos hemos bebido una botella de vodka entre los seis.
– Ya veo como vais, tenía cosas que hacer, – grité a su oído – que no he acabado, pero hoy me vuelvo pronto a casa y las acabo.
– ¡Así me gusta!, responsable. – Se rió y con los ojos me indicó que la camarera ya estaba por mi.
– Un vodka con limón – miré a mis colegas. – cargalo bien por favor.

Y así, acabado el cubata en menos de cinco minutos me pedí otro mientras notaba el calor del primero subiéndome. Recuerdo que el segundo cubata me duró algo más pero para entonces ya había olvidado que mañana era el último día para entregar el trabajo y que en media hora debería estar de vuelta para acabarlo.
La fiesta cada vez iba mejor, la música, que habitualmente detesto, se había convertido en la cálida banda sonora de mis peripecias en la salvaje vida universitaria de esta ciudad. Conocí a una chica, bailé con ella, nos besamos, pero no recuerdo su nombre. Antes de liarnos me invitó a un chupito y yo quise corresponder y también invité. Pero ella lo sabía, y como lo sabía, rechazó es invitación, así que yo me bebí el mío y el suyo ya que yo no lo sabía. O si lo sabía, no quise pensarlo.
De repente ella desapareció y continué bailando, o balanceándome, mientras daba vueltas por la pista buscando a mis amigos. Estaban en la barra, me acerqué a ellos mientras pensaba en lo bien que me estaba sentando aquella fiesta; como aquellos chupitos y cubatas me estaban dando el punto justo entre euforia salvaje y estabilidad.
– ¡Hombre! – exclamó Toni mientras me abrazaba – tendrías que haberte venido a mi piso tío.
– Ya lo sé ya, pero mira, responsabilidades. – El recuerdo fue punzante, pero pasó rápido.
– ¿Quieres algo? Nos han dado consumiciones.
Así que fue este el momento, esa copa que lo estropea todo, la diferencia entre ir borracho y jodido. Está claro que uno se maneja mejor con un ligero puntillo de birras o vinacho, pero esa ansía de más, de más y de más lleva a lo que lleva. ¿Había algo que pudiera estropearme ahora? Los cubatas y chupitos me habían puesto en un nivel en el que difícilmente algo podía salir mal.
– Venga, un vodka con limón – le dije a la camarera – y no te quedes corta.

Nos fuimos a la pista ya todos juntos y mientras bailábamos me di cuenta de que fui el primero en acabar la copa. Estaba fuerte, pero no sé, tenía una extraña sed y me molestaba estar con algo en la mano mucho rato. Mientras llevaba el vaso vacío a la barra lo noté. El principio del fin.
Me costaba enfocar la vista y me movía entre personas difuminadas, chocando aquí y allá. Me costaba todavía más mantener el equilibrio y me apoyé en Carlos.
– ¿Estás bien? – me dijo.
Sé que en aquel momento balbuceé algo mientras luchaba por mantener, al menos, un ojo abierto.
Salimos los tres que quedábamos y nos sentamos en un banco. La falta de equilibrio, incluso sentado, me obligaba a estar balanceándome de un lado a otro. El sueño se apoderaba de mi pero cada vez que cerraba los ojos volvía a la montaña rusa. ¿Un looping eterno, o tal vez era yo en una lavadora?
Esperaba con ansía la liberación del vómito, pero éste no llegaba, y no quería cerrar los ojos, el mareo era demasiado incomodo. Apoyé mis codos en mis rodillas, mi cara en mis manos y adopté la postura para vomitar intentando no ensuciarme. Ríos de desfase apestoso brotaban de mi boca y salpicaban los bajos de mi pantalón, las arcadas me dolían pero sentía cierto bienestar por haber encontrado el equilibro con esa postura. Así estuve un rato, pero no estaba mejor, seguía muy mareado, con mucho sueño. Y sé que si no hubiera sido por la ayuda de Carlos y Toni no habría llegado al piso. Me dejaron en la puerta y yo trastabillé hasta llegar a la cama.

No podía aguantar las miradas inquisidoras de mis compañeros de trabajo, mi parte no estaba ni siquiera a la mitad. Les había jodido bien.