Cuando hemos hecho lo que hemos podido y no hay manera, es fácil que nos enfademos, que tengamos ganas de pasar de esa persona o que pensemos que no lo hemos hecho lo bien que querríamos.

Sin embargo hay dos cosas que tenemos que tener en cuenta: que el problema lo tiene él o ella y que es verdaderamente quien está mal (diga lo que diga), y que nosotros podemos ayudar pero que la decisión de dejarlas no nos corresponde a nosotros.

En caso de que no quiera dejar de consumir, además de no implicarnos o hacernos cómplices en su historia con las drogas, podemos ofrecer nuestra amistad o compañía en el caso en que decida cambiar. El hecho de saber que puede contar con nosotros le ayudará –en caso de que se lo plantee– a dejar las drogas, porque un sentimiento muy común cuando se abandonan el consumo es justamente la soledad.

Por otro lado que no queramos estar con esa persona cuando está consumiendo o de fiesta –es fácil que lo pasemos mal nosotros y también ella–, no implica que no lo podamos hacer en otros contextos (de día o de noche en espacios tranquilos).

En cualquier caso igual que tenemos que respetar –nos guste o no– su decisión, esta persona también tendrá que respetar la nuestra. Y si la situación nos está haciendo daño a nosotros –porque verla así nos hace pasarlo mal o porque no nos trata bien–, nos tendremos que proteger. Y esto, en ciertas situaciones, implicará poner tierra de por medio.